El interés visceral del arte reside justo en esta cuestión: nunca se posee, siempre se escapa a otros territorios para que el hombre se abra hacia él, insatisfecho y esperanzado, y que siga buscándolo para siempre.
Marta Zatonyi en Arte y creación: los caminos de la estética

"De la educación práctica", Immanuel Kant


La educación práctica comprende:
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  • La habilidad: debe procurar ser sólida, es decir el simple hábito en el modo de pensar y fugaz. No se pueden adoptar cosas las cuales después no puedan ser analizadas. La habilidad es necesaria para el talento.
  • La prudencia: es como pueden servirse los hombres para lograr sus intenciones. Es lo último en él. Por ejemplo, si se ha de dejar el niño a la prudencia pudiendo examinar cuidadosamente a los demás. tendría que ocultarse en lo que refiere a su carácter. Los modales son el arte de la apariencia exterior. Sería difícil penetrar a los otros, se tendría que lograr hacerse impenetrable, es decir se necesita disimulo, ocultando su apariencia exterior. En síntesis, la prudencia corresponde al temperamento.
  • La moralidad: constituye al carácter. Para formar un buen carácter es necesario suprimir pasiones. Hay que acostumbrar al hombre a que sus inclinaciones no lleguen a ser pasiones.
Es necesario valor e inclinación para aprender a privarse de algo. Hay que acostumbrarse a las respuestas negativas, resistencia, etc.
La máxima festina lente indicaría una actividad continua, hay que apresurarse a aprender mucho; es decir, festina, aprendiendo con fundamento y lente emplear tiempo en esto. Se podría pensar que es preferible dar una gran cantidad de conocimiento o sólo poco pero sólidamente. Es mejor saber poco pero con fundamento que mucho superficialmente. Por ejemplo, como el niño no sabe en qué caso tendrá que usar este o aquel conocimiento, es mejor que sepa algo de todo con solidez, de lo contrario, va a seducir y deslumbrar a los demás con conocimientos superficiales.
La fundación del carácter consiste en los firmes propósitos para hacer algo y la ejecución real de los mismos. Lo que es contrario a la moral queda excluido de tales determinaciones. En un malvado, el carácter es muy malo; pero aquí se le llama tenacidad, y aun entonces agrada ver que cumple su propósito y es constante, aunque fuera mejor que se condujese así en el bien.
Para fundar un carácter moral en los niños hay que observar lo siguiente:
Enseñarles el deber que tienen para cumplir mediante ejemplos y disposiciones. No sólo para sí mismo sino también para los demás:
  • Los deberes consigo mismo: Que el hombre tenga una cierta dignidad que enaltezca ante todos los demás. Habrá que hacer sensible la dignidad humana de los niños, por ejemplo en caso de suciedad, puede ser indecente para la humanidad, como también la mentira.
  • Los deberes para con los demás: Por ejemplo, si un niño encuentra a otro niño pobre, orgulloso, le arroja de sí o del camino o le da un golpe. No se le dirá “no hagas eso, sé más compasivo”, sino tratarlo con la misma soberbia y hacerlo sentir cuán contraria era su conducta. Los niños apenas tienen generosidad, ya que aún no tienen nada propio.
Muchos han pasado por alto o han explicado falsamente, como Crugot, la parte de la moral que contiene la teoría de los deberes para consigo mismo. Consiste el deber hacia sí mismo, como se ha dicho, en conservar en su propia persona la dignidad humana. El hombre se censura teniendo a la vista la idea de humanidad. En su idea tiene un original con el cual se compara. Cuando aumenta el número de años, cuando empieza a nacer la inclinación sexual, es el momento crítico en que la dignidad humana es la única capaz de conservar en sus límites al joven. Hay que advertirle temprano el modo de preservarse de esto o aquello.
Habría de contener casos populares que sucedieran en la vida ordinaria, y en los cuales entrará siempre. Naturalmente, la pregunta es: ¿es esto justo o no?.
Cuando el hombre aprecia su valor por los otros, trata, o bien de elevarse sobre los demás o de disminuir el valor de ellos. Esto último es la envidia.
Entonces sólo pretende atribuir faltas a los demás; de otro modo no podrían compararse con ellos, sería el mejor. Aplicando mal el espíritu de emulación, sólo se produce la envidia.
Todos los deseos del hombre son formales (libertad y poder) o materiales (referentes a un objeto), deseos de opinión o de goces, o bien finalmente, se refieren a la mera duración de ambos, como elemento de la felicidad.
Los deseos de la primera clase son la ambición, el deseo de mando y la codicia. Los de la segunda, el goce sexual (lujuria), el de las cosas (bienestar) o el de la sociedad (gusto en la conversación). Finalmente, los deseos de la tercera clase son: el amor a la vida, a la salud y a la comodidad (despreocupación de cuidados para lo futuro).
Los vicios son: o de maldad, o de bajeza, o de pusilanimidad. A los primeros pertenece la envidia, la ingratitud y la alegría por el mal ajeno; a los segundos: la injusticia, la infidelidad (falsedad) y el desorden, tanto en la prodigalidad de los bienes como en la de la salud (intemperancia) y en la del honor.
Los vicios de la tercera clase son la dureza, la mezquindad y la pereza (molicie).
Las virtudes son: o virtudes de mérito, o meramente de deber, o de inocencia. A las primeras pertenece la generosidad (vencimiento de sí mismo, tanto en la venganza como en el bienestar y en la codicia), la caridad y el dominio de sí mismo; a las segundas la honradez, la decencia y el carácter pacífico, y, finalmente, a las últimas, la probidad, la modestia y la sobriedad.
¿El hombre es por naturaleza moralmente bueno o malo? Ninguna de las dos cosas, pues no es por naturaleza un ser moral; sólo lo será cuando eleve su razón a los conceptos del deber y de la ley.
Entretanto, se puede decir que tiene en sí impulsos originarios para todos los vicios, pues tiene inclinaciones e instintos que le mueven a un lado, mientras que la razón le empuja al contrario. Sólo por la virtud puede devenir moralmente bueno, es decir, por una auto coacción, aunque puede ser inocente sin los impulsos.
En educación, todo estriba en asentar por todas partes los principios justos y en hacerlos comprensibles y agradables a los niños. Han de aprender a sustituir el odio por el aborrecimiento de lo repugnante y absurdo; con el horror interior, el exterior de los hombres y castigos divinos; con la propia estimación y la dignidad interior, la opinión de los hombres; con el valor interno de la acción y la conducta, el de las palabras y movimientos del corazón; con el entendimiento, el sentimiento, y con una alegría y una piedad en el buen humor, la triste, tímida y sombría devoción. Pero, ante todo, se les tiene que preservar de que no aprecian demasiado la merita fortunae.
Por lo que se refiere a la educación de los niños en vista de la religión, el primer problema es ver si es posible enseñarles pronto los conceptos religiosos. Sobre esto se ha discutido mucho en Pedagogía.
Ahora bien; ¿Se debe enseñar una teología a la juventud que no conoce el mundo, que tampoco se conoce a sí misma? ¿Podría la juventud, que no conoce aún el deber, comprender un deber hacia Dios? 
Si el niño no conociera el concepto dios, sería adecuado al orden de las cosas llevarle primero a los fines y a lo que conviene al hombre, aguzar su juicio, instruir en la belleza y orden de las obras de la Naturaleza, añadir luego un conocimiento más profundo de la fábrica del universo y, por ello abrirles la idea de un Ser Supremo, de un legislador. Pero como esto no es posible en nuestro estado actual, sucederá que, cuanto más tarde se les quisiera enseñar alguna cosa de Dios, como le oyen nombrar y presenciar manifestaciones de veneración hacia Él, le produciría indiferencia o ideas equivocadas; por ejemplo: un temor ante su poder. Como hay que procurar que estas ideas no aniden en la fantasía del niño, ha de enseñarles pronto las ideas religiosas para preservarlos de aquéllas.
Primeramente hay que atribuir a Dios todo lo de la Naturaleza, y después ésta misma.
¿Qué es, pues, la religión? La religión es la ley que está en nosotros, en tanto que nos imprime fuerza mediante un legislador y juez; es una moral aplicada al conocimiento de Dios. No uniendo la religión con la moralidad, es sólo mera aspiración al favor divino
La ley divina tiene que parecer a la vez como ley natural, porque no es voluntaria. La religión se necesita para toda moralidad.
Pero no hay que empezar por la teología. La religión que se funda meramente en la teología nunca puede contener algo moral. No habrá en ella más que temor, por una parte, y sentimientos y miradas interesadas, por otra; y esto sólo produce un culto supersticioso. Así, pues, tiene que preceder la moralidad y seguir la teología, y esto se llama religión.
La ley en nosotros se llama conciencia. La conciencia es propiamente la aplicación de nuestras acciones a esta ley, y la religión sin la conciencia moral es nada menos que un culto supersticioso.
Al entrar en la etapa de la adolescencia, entre los 13 y 14 años, el niño comienza a desenvolverse en la inclinación sexual. Ésta es la etapa adecuada para entablar una conversación seria y concreta sobre el tema. También es necesario mantener al adolescente ocupado la mayor parte del tiempo para evitar en lo posible que tenga pensamientos sobre el tema o intente explorar su propio cuerpo, ya que esta práctica resulta perjudicial tanto física como moralmente, porque en ella se traspasan los límites de la naturaleza y se da rienda suelta a la inclinación sexual.
Es necesario hacer que el joven no se relacione con el sexo opuesto hasta estar en situación de casarse regularmente y que, mientras tanto, aprenda a estimar al sexo opuesto y aspire a las gratificaciones que representaría una feliz unión con otra persona.
Otra diferenciación que realiza el adolescente al entrar en sociedad es el conocimiento de la desigualdad de los hombres y la diferencia de los estados: “Hay que mostrar al adolescente que la desigualdad entre los hombres es una situación que nace de haber buscado uno alcanzar ventajas sobre los otros. Se les puede formar poco a poco la conciencia de la igualdad de los hombres en la desigualdad civil.” (pág. 104). Según Kant, hay que enseñarle al adolescente a no pecar de vanidoso, ni a esforzarse en aparentar, sino también en ser. Debe estimarse por sí mismo y no por compararse con los demás.
Kant nombra los términos sustine y abstine: La sobriedad en las circunstancias exteriores y la paciencia en los trabajos. Es deber de un buen ciudadano no desear los placeres y ser paciente en sus tareas.
Otro valor importante para enseñar al adolescente es a presentarse siempre de buen humor en sociedad y a ser una persona jovial.
Hay que templar en el alma de los niños los siguientes intereses:
  • Por nosotros mismos
  • Por aquellos entre quienes hemos crecido
  • Por el bien del mundo
El temor infantil ante la muerte cesará enseñándoles a no valorar de más el goce de los placeres en la vida, ya que hay que demostrarle que éstos no gratifican tanto como prometen a primera vista.
Y, por último, Kant recalca el valor de enseñarle al niño la liquidación diaria consigo mismo. Esto se entiende como una autocrítica constante y una autoevaluación de los propios pensamientos y acciones. Según el filósofo, esta actividad es necesaria para que, al final de la vida, la persona logre hacer un balance de su propio valor.